martes, 27 de octubre de 2009

Reflexiones sobre nuestro quehacer docente a partir de la lectura de Ph. Perrenoud.

La transferencia y la movilización de las capacidades y conocimientos no se dan sobre la marcha, es necesario trabajarlos, involucrarlos expresamente. Eso exige tiempo, gestiones didácticas y situaciones apropiadas. Al formular más explícitamente objetivos de formación en términos de competencias, se lucha abiertamente contra la tentación de la escuela: prepararse a sí mismo, marginar la referencia a situaciones de la vida y no tomarse el tiempo de propiciar la movilización de los acervos en situaciones complejas. El enfoque por competencias es una manera de tomar seriamente una problemática antigua, la de la "transferencia de conocimientos".

Para elaborar un "conjunto de competencias", no basta con nombrar a una comisión de redacción. La descripción de las competencias debe partir del análisis de las situaciones y de la acción que es preciso ejecutar y de ahí derivar los conocimientos.

Es necesario dejar de pensar en la escuela básica como una preparación para los estudios largos, es preciso prever lo contrario, como una preparación a la vida para todos, incluida la vida de los niños y los adolescentes, lo que no es sencillo.

Para desarrollar las competencias, es necesario trabajar sobre todo por problemas y por proyectos, por lo tanto proponer tareas complejas, retos, que inciten a los estudiantes a movilizar sus acervos de conocimientos y habilidades y, hasta cierto punto, a completarlos. Eso supone una pedagogía activa, cooperativa, abierta sobre la ciudad o el pueblo. Para los profesores que ya poseen una visión constructivista e interaccionista del aprendizaje, trabajar en el desarrollo de competencias no es una ruptura. El obstáculo es aguas arriba: ¿cómo llevar a los profesores acostumbrados a impartir lecciones a reconsiderar su oficio?. El principal recurso del profesor es su postura reflexiva, su capacidad de observar, regular, innovar, aprender de otros, de los estudiantes, de la experiencia. Pero por supuesto, hay capacidades más precisas:
· saber administrar la clase como una comunidad educativa;
· saber organizar el trabajo en espacios-tiempo más extensos de formación (ciclos, proyectos de escuela);
· saber cooperar con los colegas, los padres y otros adultos;
· saber concebir y hacer vivir dispositivos pedagógicos complejos;
· saber suscitar y animar gestiones de proyecto como método de trabajo regular;
· saber situar y modificar lo que da o retira de sentido a los conocimientos y a las actividades escolares;
· saber crear y administrar situaciones - problema, identificar obstáculos, analizar y reencuadrar las tareas;
· saber observar a los estudiantes en el trabajo;
· saber evaluar las competencias en proceso de construcción.


Si se cumple con estos puntos los cambios en los jóvenes serán exelentes, y esto repercutirá en toda la sociedad, pero antes de evaluar los cambios, sería mejor procurar que se operen no solamente en los textos sino en los espíritus y en las prácticas. Eso tomará años si se hacen las cosas seriamente. Lo peor sería creer que se transformarán las prácticas de enseñanza y aprendizaje por decreto. El cambio requerido pasará por una forma de “Revolución cultural,” en primer lugar para los profesores, pero también para los estudiantes y sus padres.

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